De la Avant-Garde al Espectáculo

El concepto militar de avant-garde, asumido como categoría estética para definir las corrientes más innovadoras en el arte del siglo veinte, es ambiguo: subordina la obra artística a un proceso, a un logos y a unos objetivos negativos de crítica y ruptura. Su última consecuencia es la estética de la abstracción y la muerte del arte. Al mismo tiempo, este logos antiestético de la abstracción coincide con la lógica de la mercancía y la razón instrumental. Su último objetivo es la constitución corporativa de la realidad como espectáculo. Ese fue mi punto de partida. 

Es un punto de partida crítico con respecto a los “movimientos” modernos. Al mismo tiempo, abre las puertas a nuevas formas de interpretación de las obras de poesía, pintura o arquitectura del siglo veinte. Lo he hecho a lo largo de una amplia serie de ensayos: Da vanguarda ao pós-moderno (1984), La flor y el cristal (1987), Hugh Ferriss y la utopia de la metrópolis moderna (1992), El arte en una edad de destrucción (2013) Paraíso (2001, 2005, 2013), Mito y literatura (2014), El muralismo mexicano (2018).

La dialéctica de las vanguardias incorpora, junto a la negación antiestética de la posibilidad de la obra de arte, su redefinición lingüística bajo en una epistemología lógico-trascendental (Mondrian, Malevich, Gris…) y la gramatología del espectáculo (electronic events, event cities, fake news…). Comprende tres postulados: la construcción de una nueva realidad civilizatoria enteramente instrumental y la incorporación a la obra de arte a la lógica fetichista de la mercancía. 

El concepto de espectáculo fue acuñado por Guy Debord en 1967 a partir de la crítica del capitalismo de Marx. En La cultura como espectáculo (1988; reeditado como Culturas virtuales, 1989, 2001) y en Linterna mágica (1997) reconstruía la síntesis del fetichismo de la mercancía, la antiestética moderna y la producción surrealista de simulacros como los tres pilares teóricos del espectáculo postmoderno.